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lunes, 27 de septiembre de 2010

Amor humano

Mi Dios, ¿estás ahí? ¿Puedes oírme?
¿O estás ensimismado en tus abismos,
contando tus tesoros en tu cueva,
gozando de tí mismo en tus alturas?
¿Estás ahí, mi Dios, o hablo más alto?
En tu Tierra, perdida entre los mundos,
un trocito de carne te reclama.
Un trocito de carne palpitante,
un trocito de amor. De amor humano.
Nada del gran amor de las esferas.
Sólo amor animal, de sangre roja,
mamífero, caliente, sudoroso.
Simple amor de mujer, de hija, de madre,
de hembra que ha nacido de este barro,
que se ha partido el cuerpo echando hijos,
que se ha partido el alma compartiendo,
que se ha partido el corazón, Dios mío,
buscando tu ternura y tus caminos,
por los bosques, los campos, los arroyos,
por las ciudades frías de los hombres,
por los vastos paisajes de mi alma,
por las almas hermanas, por los cuerpos,
por el desgarro de los hospitales,
por los muertos queridos que se fueron,
por la luz intuída algunas veces,
por el dolor de tiempos implacables.
¿Oyes, mi Dios? Te emplazo en este dia.
Estoy hasta la sangre de no verte.
Estoy hasta los huesos de tu ausencia,
de amar por tí, de amar en tu lugar,
de ser tu amor en esta tierra yerma,
amor para tus hijos desterrados,
amor para tus hijos inocentes.
Harta de tu delegación en las mujeres.
Harta, mi Dios, de ver a tus criaturas
colgando de la cruz. Y de buscarte
y seguirte buscando sin descanso,
y afirmar tu presencia y tu belleza,
y afirmarte, mi Dios, hasta en la muerte
y más allá, Señor de la locura,
Dios de la oscuridad y del vacío,
y de la dulce intimidad humana,
y de la tierna luz de la sonrisa,
y de la cruda fuerza de la vida,
y de la intensidad de la llamada,
y de los hondos mares del anhelo...

Y de nuevo me rindo a tu silencio,
Señor del ser, y espero en tu silencio.