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martes, 15 de marzo de 2011

Kenosis II

"Cesar de estar consciente de ser hijo de Dios es cesar de experimentar a Dios como Padre. La cruz de Jesús representa la suprema experiencia de la muerte de Dios: “Dios mío, Dios mío, por qué Me Has abandonado”. La crucifixión es mucho más que la muerte física de Jesús y la aflicción emocional y mental que la acompañó. Es la muerte de Su relación con el Padre. La crucifixión no fue la muerte de su falso-yo, puesto que nunca tuvo alguno; fue la muerte de su deificado-Yo y la aniquilación de la inefable unión la cual Él gozó con el Padre en sus facultades humanas. Esto fue más que la muerte espiritual; fue morir a ser Dios, y por consiguiente la muerte de Dios: “Él se vació a Si mismo, y tomó la forma de un esclavo…aceptando aún la muerte, y ¡muerte de cruz!”. La pérdida de la identidad personal es la kénosis final En la crucifixión, Su relación con el Padre desapareció, y con ésta, la pérdida de su experiencia de quién es el Padre. En su resurrección y ascensión, Jesús descubrió todo lo que el Padre es, y haciéndolo, se hizo uno con la Suprema Realidad: todo lo que Dios es emergiendo eternamente de todo lo que Dios es. Esta transición de Jesús de humano a la divina subjetividad, es llamada en la Tradición Cristiana el Misterio Pascual. Nuestra participación en el Misterio, es la entrega de la personalidad transformada dentro de la pérdida de la identidad como un punto fijo de referencia; o quién es Dios dentro de todo lo que Dios es. El desmantelamiento del falso-yo y la jornada interior hacia el verdadero-yo, es la primera fase de esta transición o salto. La pérdida del auténtico-yo como punto fijo de referencia es la segunda fase. La primera fase resulta en la conciencia de la unión personal con la Trinidad. La segunda fase consiste en ser vaciado de esta unión e identificado con la nada absoluta de la cual todas las cosas emergen, a la cual, todas las cosas retornan, y la cual se manifiesta a sí mima como Lo que Es.
(Thomas Keating)